domingo, 24 de mayo de 2009

CARTA A MIGUEL ANGEL BELTRÁN VILLEGAS DE SU COMPAÑERO Y AMIGO, EL SOCIÓLOGO CARLOS EDUARDO ROJAS ROJAS

MIGUEL ÁNGEL BELTRÁN VILLEGAS, MI AMIGO



Carlos Eduardo Rojas Rojas

Bogotá, 24 de mayo de 2.009



La última conversación que tuve con Miguel Ángel fue hace poco más de un año, al concluir el seminario conmemorativo de los 150 años del natalicio de Emilio Durkheim, del cual fue uno de los organizadores y al que asistí por invitación suya. Hablábamos de una de las ponencias sobre la que estábamos de acuerdo en que, por no tomar con el debido cuidado la distinción entre lo sagrado y lo profano, se consideraba como hechos religiosos algunos que claramente no lo eran en tanto no comportaban esta distinción.



Luego sentenció:



- Para Durkheim en las sociedades modernas lo único sagrado es el derecho a la vida.



Controvertí:



- No, precisamente lo que señala Durkheim es lo paradójico de la modernidad: no puede sustentar el derecho –ni siquiera el derecho a la vida- en un fundamento sagrado sino que requiere apelar a un cimiento profano y que, sin embargo, tenga la fuerza vinculante de lo sagrado. A mi juicio este no es otro que el uso público de la razón.



Dialogamos sobre la necesidad que todas estas discusiones no se quedaran solamente en la memoria de los asistentes al evento sino que trascendieran; acordamos explorar la posibilidad de publicar las ponencias de manera conjunta entre las universidades Nacional de Colombia y de Caldas.



Pero, ¿por qué esto es importante? ¿Para qué sirve determinar si el derecho moderno puede o no tener un fundamento sacro?





Con Miguel Ángel iniciamos nuestra carrera de Sociología en el segundo semestre de 1.983. No recuerdo exactamente si nos conocimos antes o después del cierre de la Universidad Nacional luego de los trágicos acontecimientos del 16 de mayo de 1.984, que se prolongó por cerca de un año y durante el cual fueron cerrados los servicios de cafetería y de residencias universitarias. Lo que sí recuerdo son las reuniones del grupo que formamos, Cátedra Libre, en mi apartamento de las Residencias 10 de mayo, las únicas que no fueron cerradas por estar fundadas en un contrato de comodato entre la Universidad y el Ministerio de Justicia y que funcionan en un edificio del Centro Nariño que fue declarado por el Congreso Nacional como monumento en homenaje a los estudiantes de todos los tiempos que han luchado por la libertad de Colombia, como reza en la placa de piedra que aún se encuentra en la entrada del inmueble.



Con Cátedra Libre organizamos varios seminarios sobre los movimientos sociales: movimiento campesino, movimiento obrero y movimiento armado. Nos unía la idea de que el conocimiento es condición imprescindible para una vida, individual y colectiva, que merezca reconocerse como realmente humana. También que el conocimiento es producto de la controversia entre las más disímiles comprensiones de un mismo hecho, por esto nuestros eventos siempre han sido foros para la más amplia discusión; incluso soportamos la crítica de aquellos que nos calificaban de parlantes de los intelectuales que postulaban posiciones diametralmente opuestas a las de sus afectos.



Conocí su familia en la celebración de su título de Licenciado en Historia de la Universidad Distrital de Bogotá, allí supe que su padre era pensionado de la Policía, su madre se dedicaba al cuidado del hogar y no, como lo han dicho algunos periódicos en internet, guerrilleros. Se equivocan también al señalar que Miguel Ángel estudió en la Unión Soviética por dos razones: la primera por que fue en México donde hizo su maestría y su doctorado y, segundo, porque cuando cursó estos estudios la Unión Soviética ya no existía.



Reanudamos los diálogos al regresar de México, esporádicamente mientras trabajó en la Universidad del Cauca, más continuamente cuando laboró en la Universidad de Antioquia; en ambos casos ingresó luego de superar los respectivos y exigentes concursos docentes.



De ésta última, la Universidad de Antioquia, recuerdo que hablamos sobre las amenazas que tuvo que enfrentar por parte de algunos estudiantes que consideraban que las notas reprobatorias eran una persecución personal y política. Miguel supo superar esta situación y ganarse el respeto de los educandos haciendo lo que sabe hacer: enseñando, es decir, compartiendo el legado que nos han dejado nuestros ancestros de todas las latitudes y enriqueciéndolo para dejarlo a disposición de aquellos que nos sucederán.



Ya en Bogotá, luego de superar otro concurso docente exigente, el de la Universidad Nacional de Colombia, entre las actividades a las que se vinculó está la organización del IX Congreso Nacional de Sociología en Colombia, iniciativa que venía siendo impulsada por la Universidad Santo Tomás y la Red de Facultades y Departamentos de Sociología –RECFADES- y que logró el decisivo impulso con la participación de Miguel Ángel. Recuérdese que este congreso fue posible en 2.006 después de 15 años de haberse realizado el anterior y contó con la participación de destacados sociólogos de talla mundial, para señalar solo algunos: Michel Wieviorka, presidente de la Asociación Internacional de Sociología; Enrique de la Garza, de México; Abraham Maguenzo, de Argentina; y Alain Touraine, de Francia.



Hasta aquí he destacado la capacidad organizativa de Miguel Ángel, su estatura intelectual puede constatarse en su producción, empezando por las ponencias elaboradas para los eventos señalados, cuestión que no es frecuente encontrar: que quien organiza a la vez se exija presentar su elaboración intelectual sobre los temas tratados.





Basten estos pocos recuerdos para expresar mi indignación por la forma como ha sido presentado MIGUEL ÁNGEL BELTRÁN VILLEGAS: desde su fotografía retocada, sus datos personales y familiares, su trayectoria intelectual, todo ello para hacerlo aparecer como un delincuente de la peor laya. Indiscutiblemente que, como lo indica el lánguido comunicado de la Vicerrectoría de la Universidad Nacional, Miguel Ángel sabrá responder por sus acciones pero de lo que no puedo estar tan seguro es que su causa se ajuste a los estrictos cánones del debido proceso, ojalá me equivoque en esto último puesto que me temo que este hecho sea el inicio del tercer período de la llamada seguridad democrática: confundir la libertad de investigación y de cátedra con el terrorismo, la ciencia con el delito y la sociología con el crimen.



Convoco a la comunidad sociológica a pronunciarse sobre estos hechos, a mostrar la talla intelectual y personal de Miguel Ángel, a velar porque se lleve a cabo un proceso con todas las garantías procesales y bajo la más amplia veeduría, a que reciba los cuidados médicos para garantizar su salud, en últimas, a impedir que este hecho -sumado a las crecientes amenazas y atentados sobre las comunidades universitarias- se convierta en el punto de no retorno de la censura sobre las universidades y, con ello, sea imposible el ejercicio público de la razón, único fundamento profano para la convivencia civilizada.

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